La entrada anterior de estas Peripecias de una mediadora tiene un año y algunas migas. ¡Parece que pasó un milenio!
Como este año sobran las miradas que lo desglosan con lupa, paso de ese intento, no tengo nada que agregar, empacho a deglutir.
Las ganas de escribir me vinieron al encontrar una «joyita» para estas peripecias.
En este año nos hicimos, entre otras cosas, carteros. Llevamos y trajimos libros a pequeñas manos de casas de la zona. Estos movimientos me toparon con un libro que estaba en una caja de las de «revisar» llamado Las palabras mágicas, de Alfredo Gómez Cerdá, de la amada colección El Barco de Vapor. Lo abrí y recordé el camino de ese libro: vino de la mano de una gran amiga, a la que le dieron ese libro, que a su vez antes pertenecía a una biblioteca de un colegio de Montevideo.
En la primera página hay un papel pegado que indica, revoleando el dedo índice, el debido comportamiento esperado para con el susodicho.
Estas son las primeras palabras que se encuentra el lector al abrir el libro:
Parece —¡por suerte!— ser un cartel de otro momento, eso espero. Parece viejo por el color amarillento, por sus mayúsculas sin tildes como se solía usar en las máquinas de escribir. Igual, por las fechas y lugar de edición, puedo asegurar que este cartel es al menos de 1993, eso como temprano.
Toda esa cantidad de órdenes al lector, fueron puestas al menos a mis trece años.
Me imagino a mis trece años mirando estas frases, imagino la mirada de mis compañeros, imagino la mirada de mis profesores, de mis adultos cercanos, imagino la cara de mi abuela que tuvo que dejar la escuela para trabajar a sus nueve años, imagino todas esas miradas y pienso: ¡qué suerte que tuve!
Las miles de horas de Zoom que nos dejó este año, las mil madres y algunos padres pensando qué y cómo hacer con este paquetón que es la educación de sus hijos y, allá arriba, el célebre libro en lo alto compitiendo el podio con las pantallas, muchas imágenes que se iluminan en ráfagas de tiempo ocioso o paralizado, los episodios, los momentos inolvidables, como el de ¡no te pongas el libro en la boca que es caca! —para más información mirar episodio de estas peripecias: escena uno—, las horas y horas de gente distinta, de infancias distintas, de gente pensando y repensando qué rol juegan los libros en nuestra vida, y en especial qué rol juegan en la infancia.
Pufff.
Quien tenga una respuesta sólida, firme, contundente, ¡y que le dure aprobada por su autocensura más de unos días!, la verdad, la verdad, me da… desconfianza.
Los mandatos de vivir la lectura como una obligación de ascenso social, intelectual o cultural en general, y las mil recetas para conseguirlo, y para conseguirlo en tus hijos, ¡me paran los erizos que he generado en mi vida y en mi nuca!
Aclaro, por las dudas, que soy una militante de los libros en la infancia, sí, es mi trabajo, el cual elegí y elijo con pasión. Creo en la maravilla de un buen libro compartido con amor por los que te quieren, lo celebro como un eterno lugar de refugio, un rincón interior expansivo. Valoro la experiencia estética en general como parte del aire imprescindible del humano para cada momento de su presente. Esta convicción, este hacer de hormiga entre libros, música, bebés, niños y niñas, va de la mano con dudar a cada paso, en cada elección, en cada propuesta. Ah, el territorio de la duda es el que más confianza me da.
Con tanta palabra al respecto, tanta doctrina que nos indica qué cosas son las que se esperan que los libros realicen en el desarrollo del crecimiento de un humano, tanto dedo indicativo que señala lo que sí y lo que no, me viene como un evento importante cuando una vecina, que no pertenece a mi universo de trabajo, me regaló el diálogo más sincero que tuve al respecto:
—¿Por qué no vendés libros acá?—pregunté, pensando en que era lo único que no ofrecía su tienda.
—Porque los detesto, mija, detesto los libros.
Nadie, nunca, nunca, ni una vez, se animó a darme una respuesta tan cruda, tan sincera, tan verdad y, podría decir, que tan cercana.
Además era mucho más que detestar leer, ¡detestaba el objeto!, porque no los podía ni ver, ni rozar, no los quería ni cerca aunque le significara un beneficio económico.
Después de preguntarme, tragar mucha saliva, repreguntarme miles de cosas, su historia, quiénes serán los responsables, qué podría hacer que la hiciera cambiar de parecer —por suerte no hice ningún bochornoso intento—, cómo alguien llega a esa fobia, y mil detalles más, la veo a ella: cercana, totalmente confiable, generosa, alegre. Pero por sobre todo lo que podía pensar, me conmovió su honestidad.
Hace poco me preguntaron qué le pedía a un libro para ser elegido, por ejemplo para estar en nuestra biblioteca. Tanto podría hablar, pero si fuera sólo una cosa, una sola, sin desarrollar, creo que eso sería honestidad. Atributo que valoro más que otros a la hora de compartir libros y, como ven, a mi vecina le sobra.
Muchas veces leí y escuché relatos de cómo aparecen esas personas que nos marcan a fuego, que nos dejan ganas de estar cerca y que muy poco tienen que ver libros, lecturas, etc. De igual manera podría enumerar gente que detesto que tiene bibliotecas en su espalda, incluso terribles ejemplos históricos de, por ejemplo, genocidas famosos por su historia lectora.
Así que no, los libros no están primero, no vienen con garantía de resultados, no podemos asegurar que hacen mejores personas, ni tampoco peores, si es que eso es descriptible.
Los amo, libros. Si tuviera algún interés religioso, que no tengo, podría decir que les tengo fe, que milito por acercar los libros de la manera más cercana y democrática posible desde el punto cero, desde la panza, a todos y todas, en especial cuando resultan inaccesibles por costo o costumbre, tanto da. Pero no, no están primero, no están primero, no son más que el vínculo. Todo el año mirando por pantallitas y yo lo que más quiero es estar entre bebés, auparlos sin temores, acercarme y alejarme con las directivas de la atención y no de los virus, ser espontánea sin medir la cercanía, el contacto, el abrazo. A los libros los tengo, y los leo y los canto, los comparto, los adoro, pero no están primero.
Así que no, esas indicaciones que aparecen pegadas en la primera página del libro de El Barco de Vapor no tienen nada que ver con mi idea de por dónde puede ir la mediación lectora.
No sólo por lo de la limpieza —MANTENLO BIEN LIMPIO—, je. No, tampoco por lo del forro de nailon (ver escena seis de este blog), sino sobre todo por la última ecuación moral. Me aleja a mí a mis trece, me aleja a mí ahora y ni me quiero imaginar cómo aleja a mi querida vecina del cuento de recién.
TU CALIDAD DE PERSONA SE REFLEJARÁ
EN EL TRATO QUE TENGAS DE ÉL.
°No me resistí y le agregué los tildes.
Con instrucciones como estas se echa luz a cómo una persona como mi vecina hace crecer una fobia.
Me alegro que no haya caído en mis manos en otros tiempos más rebeldes. Porque más que positiva soy una lectora crítica, hasta diría caprichosa, lo que no me gusta, adiós. Disfrutarlo en mi caso, no siempre va de la mano con dejarlo limpio, jamás lo forraría y la verdad es que nada más me parece más mío que cuando los libros se engordan porque se llenan de la gruesa arena de mi playa por adentro del lomo.
El caos y la lectura para mí tienen mucho que ver, el movimiento, el desequilibrio, lo inesperado.
Y no, no creo que la calidad de persona de nadie esté reflejada por cómo trata a los libros.
La mediación lectora es cercanía, es calidez, también es libro, claro, es literatura, es ilustración, es sonido, es trabajo, es búsqueda, riesgo y rigurosidad, pero primero lo primero, al menos para mí.
Nada más lindo que mi vecina honesta, nada más extrañado que peques entusiastas aleteando para que lo aúpe cantando un libro.
P.D: Disculpen tanto «no», es el síndrome 2020.
P.D2: Pobre libro, porque si las palabras son mágicas como dice su título, lo mataron antes de empezar.
Hermosas anécdotas! Gracias!! Al leer ésto…parece que escucho tu voz dulce!!! Me encanta tu forma de narrar las diferentes historias!gracias!
Gracias, Ana. ¡Gran abrazo!
Que notable Gaby!
La verdad escuchaba, te escuchaba mientras leia y te veia riendo.
Que bueno tu camino tan tuyo!
Y que decir….! Me encanto tu vecina!!
Abrazotes!!!
Gracias, querida. Cuando quieras te la presento.
¡Gran abrazo!
Querida Gabriela:
Me encanta la forma en la que nos cuentas.
Gracias
Aline
Muchas gracias, Aline. Ojalá la vida nos cruce personalmente, me encantaría conocerte. ¡Quién te dice!
Gran abrazo