Escena siete

La entrada anterior de estas Peripecias de una mediadora tiene un año y algunas migas. ¡Parece que pasó un milenio!

Como este año sobran las miradas que lo desglosan con lupa, paso de ese intento, no tengo nada que agregar, empacho a deglutir.

Las ganas de escribir me vinieron al encontrar una «joyita» para estas peripecias.

En este año nos hicimos, entre otras cosas, carteros. Llevamos y trajimos libros a pequeñas manos de casas de la zona. Estos movimientos me toparon con un libro que estaba en una caja de las de «revisar» llamado Las palabras mágicas, de Alfredo Gómez Cerdá, de la amada colección El Barco de Vapor. Lo abrí y recordé el camino de ese libro: vino de la mano de una gran amiga, a la que le dieron ese libro, que a su vez antes pertenecía a una biblioteca de un colegio de Montevideo.

En la primera página hay un papel pegado que indica, revoleando el dedo índice, el debido comportamiento esperado para con el susodicho.

Estas son las primeras palabras que se encuentra el lector al abrir el libro: 

Parece —¡por suerte!— ser un cartel de otro momento, eso espero. Parece viejo por el color amarillento, por sus mayúsculas sin tildes como se solía usar en las máquinas de escribir. Igual, por las fechas y lugar de edición, puedo asegurar que este cartel es al menos de 1993, eso como temprano.

Toda esa cantidad de órdenes al lector, fueron puestas al menos a mis trece años.

Me imagino a mis trece años mirando estas frases, imagino la mirada de mis compañeros, imagino la mirada de mis profesores, de mis adultos cercanos, imagino la cara de mi abuela que tuvo que dejar la escuela para trabajar a sus nueve años, imagino todas esas miradas y pienso: ¡qué suerte que tuve!

Las miles de horas de Zoom que nos dejó este año, las mil madres y algunos padres pensando qué y cómo hacer con este paquetón que es la educación de sus hijos y, allá arriba, el célebre libro en lo alto compitiendo el podio con las pantallas, muchas imágenes que se iluminan en ráfagas de tiempo ocioso o paralizado, los episodios, los momentos inolvidables, como el de ¡no te pongas el libro en la boca que es caca! —para más información mirar episodio de estas peripecias: escena uno—, las horas y horas de gente distinta, de infancias distintas, de gente pensando y repensando qué rol juegan los libros en nuestra vida, y en especial qué rol juegan en la infancia.

Pufff.

Quien tenga una respuesta sólida, firme, contundente, ¡y que le dure aprobada por su autocensura más de unos días!, la verdad, la verdad,  me da… desconfianza.

Los mandatos de vivir la lectura como una obligación de ascenso social, intelectual o cultural en general, y las mil recetas para conseguirlo, y para conseguirlo en tus hijos, ¡me paran los erizos que he generado en mi vida y en mi nuca!

Aclaro, por las dudas, que soy una militante de los libros en la infancia, sí, es mi trabajo, el cual elegí y elijo con pasión. Creo en la maravilla de un buen libro compartido con amor por los que te quieren, lo celebro como un eterno lugar de refugio, un rincón interior expansivo. Valoro la experiencia estética en general como parte del aire imprescindible del humano para cada momento de su presente. Esta convicción, este hacer de hormiga entre libros, música, bebés, niños y niñas, va de la mano con dudar a cada paso, en cada elección, en cada propuesta. Ah, el territorio de la duda es el que más confianza me da.

Con tanta palabra al respecto, tanta doctrina que nos indica qué cosas son las que se esperan que los libros realicen en el desarrollo del crecimiento de un humano, tanto dedo indicativo que señala lo que sí y lo que no, me viene como un evento importante cuando una vecina, que no pertenece a mi universo de trabajo, me regaló el diálogo más sincero que tuve al respecto:

—¿Por qué no vendés libros acá?—pregunté, pensando en que era lo único que no ofrecía su tienda.

—Porque los detesto, mija, detesto los libros.

Nadie, nunca, nunca, ni una vez, se animó a darme una respuesta tan cruda, tan sincera, tan verdad y, podría decir, que tan cercana.

Además era mucho más que detestar leer, ¡detestaba el objeto!, porque no los podía ni ver, ni rozar, no los quería ni cerca aunque le significara un beneficio económico. 

Después de preguntarme, tragar mucha saliva, repreguntarme miles de cosas, su historia, quiénes serán los responsables, qué podría hacer que la hiciera cambiar de parecer —por suerte no hice ningún bochornoso intento—, cómo alguien llega a esa fobia, y mil detalles más, la veo a ella: cercana, totalmente confiable, generosa, alegre. Pero por sobre todo lo que podía pensar, me conmovió su honestidad. 

Hace poco me preguntaron qué le pedía a un libro para ser elegido, por ejemplo para estar en nuestra biblioteca. Tanto podría hablar, pero si fuera sólo una cosa, una sola, sin desarrollar, creo que eso sería honestidad. Atributo que valoro más que otros a la hora de compartir libros y, como ven, a mi vecina le sobra.

Muchas veces leí y escuché relatos de cómo aparecen esas personas que nos marcan a fuego, que nos dejan ganas de estar cerca y que muy poco tienen que ver libros, lecturas, etc. De igual manera podría enumerar gente que detesto que tiene bibliotecas en su espalda, incluso terribles ejemplos históricos de, por ejemplo, genocidas famosos por su historia lectora.

Así que no, los libros no están primero, no vienen con garantía de resultados, no podemos asegurar que hacen mejores personas, ni tampoco peores, si es que eso es descriptible.

Los amo, libros. Si tuviera algún interés religioso, que no tengo, podría decir que les tengo fe, que milito por acercar los libros de la manera más cercana y democrática posible desde el punto cero, desde la panza, a todos y todas, en especial cuando resultan inaccesibles por costo o costumbre, tanto da. Pero no, no están primero, no están primero, no son más que el vínculo. Todo el año mirando por pantallitas y yo lo que más quiero es estar entre bebés, auparlos sin temores, acercarme y alejarme con las directivas de la atención y no de los virus, ser espontánea sin medir la cercanía, el contacto, el abrazo. A los libros los tengo, y los leo y los canto, los comparto, los adoro, pero no están primero. 

Así que no, esas indicaciones que aparecen pegadas en la primera página del libro de El Barco de Vapor no tienen nada que ver con mi idea de por dónde puede ir la mediación lectora.

No sólo por lo de la limpieza —MANTENLO BIEN LIMPIO—, je. No, tampoco por lo del forro de nailon (ver escena seis de este blog), sino sobre todo por la última ecuación moral. Me aleja a mí a mis trece, me aleja a mí ahora y ni me quiero imaginar cómo aleja a mi querida vecina del cuento de recién. 

TU CALIDAD DE PERSONA SE REFLEJARÁ 

EN EL TRATO QUE TENGAS DE ÉL. 

°No me resistí y le agregué los tildes.

Con instrucciones como estas se echa luz a cómo una persona como mi vecina hace crecer una fobia.

Me alegro que no haya caído en mis manos en otros tiempos más rebeldes. Porque más que positiva soy una lectora crítica, hasta diría caprichosa, lo que no me gusta, adiós. Disfrutarlo en mi caso, no siempre va de la mano con dejarlo limpio, jamás lo forraría y la verdad es que nada más me parece más mío que cuando los libros se engordan porque se llenan de la gruesa arena de mi playa por adentro del lomo.

El caos y la lectura para mí tienen mucho que ver, el movimiento, el desequilibrio, lo inesperado.

Y no, no creo que la calidad de persona de nadie esté reflejada por cómo trata a los libros.

La mediación lectora es cercanía, es calidez, también es libro, claro, es literatura, es ilustración, es sonido, es trabajo, es búsqueda, riesgo y rigurosidad, pero primero lo primero, al menos para mí.

Nada más lindo que mi vecina honesta, nada más extrañado que peques entusiastas aleteando para que lo aúpe cantando un libro. 

P.D: Disculpen tanto «no», es el síndrome 2020. 

P.D2: Pobre libro, porque si las palabras son mágicas como dice su título, lo mataron antes de empezar.

 

 

Escena seis

Nuestra hija chica es muy comilona y muy histriónica. En ese orden. Como su personaje parecía estar demasiado exaltado para una comida familiar, le dije en tono de medio rezongo: 

—Basta, Ámbar. No todo es una escena.

—¿Cómo que no todo es una cena? —me dijo muy campante.

Para muchos —mi hija como presidenta del sindicato—, jugar y comer están dentro del mismo paquete de felicidad.

Y como no todo es una escena, esta vez me quedó un listado, no de comida, no. Esta sexta escena de Peripecias de una mediadora es un ensimismamiento de entusiasmamientos que vivimos con la intensidad de quien come una deliciosa cena con sus queridos.

Lista de manjares:

—se nos ocurrió, como ya contamos en la entrada anterior, hacer una biblioteca abierta de Literatura infantil y juvenil a unas cuadras de casa, en la playa. (Fotos de la Inauguración). Las expectativas nos quedaron apretadas, todo es mucho mejor de lo planeado. Tal es así, tan como anillo al dedo, tan a nuestra medida, tan tal para cual, que por un error de interpretación de una charla, pensé que íbamos a tener que dejar el local y lloré como hacía mucho no lloraba. Por suerte fue una confusión;

—no pasó ni un domingo en el que la biblioteca no hiciera préstamos, ni lloviendo, ni con tormenta, ni con sol que raje la tierra, nada. Nuestros libros precisaban pasear en las casas vecinas y no han parado la pata desde el 22 de abril; 

—muchos libros chusmetas son celosos y como no están en estantes tan mirados por los ojos de los recién llegados al mundo, piden y piden, reclaman y reclaman. Así, nos han llegado de regalo libros hermosos envueltos en las mejores manos, manos amigas que saben que los animales están mejores si tienen espacio verde y que los libros están mejores si se mueven entre niños;

—pudimos ganar un  Fondo INAU para comprar libros nuevos. Y sí, los niños de la biblioteca pudieron hacer pedidos y pudimos comprar sus gustos, de los que nos gustan a nosotros y también de los que no compraríamos ni locos, pero después de la pregunta a una niña de qué libro te gustaría tener, no hay vuelta atrás y está bien que sea así;

—nos inventamos varios encuentros para que niñas y niños de por acá pudieran intercambiar con autores y músicos en encuentros íntimos y/o desopilantes —vale rastrear en las diferentes visitas que tuvimos y ponerle el sombrero que les parezca más justo para cada visita. A saber: Visita de Gabi Rodríguez, Visita de Carla Costamagna, Visita de Virginia Mórtola—. Presentamos libros, discos, compartimos músicas de otros países y hasta vimos nacer un Dragón dorado, ¡de todo!; 

—nos dimos el gusto de hacer jornadas para adultos amantes de la Literatura infantil y juvenil. Porque somos muchos los de esta especie y porque también precisamos estar en un tiempo sin niños con el privilegio de  atención exclusiva de los hacedores de libros que admiramos. Es así, que nos inventamos un Entusiasmamiento al sol,en el que nos visitaron con sus talleres: Mercedes Calvo, Ruth Kaufman, Denisse Torena, Natacha Ortega, Valia Libenson y Carla Costamagna;

—nos regalamos una función de danza teatro con mi amadas bailarinas del grupo Aletheia, obra que surge de musicalizar un libro de Mercedes Calvo . Es así que, en presencia de la excelentísima señora escritora   —me mata si lee este palabrerío— estrenamos una función en nuestra biblioteca, rodeados de la mejor vista;

—como si fuera poco, nos trajimos desde el otro lado del charco a Pedro Rossi. Todavía no sabemos si es mejor guitarrista que persona, estamos en una penca del que veo que participa todo el que tiene el privilegio de compartir un ratito con él. Salieron talleres de guitarra y un concierto que nos dejó la mandíbula luxada de tanto que se abrió.

—como nos gusta el junterío, a la vez, nuestra Gabi Rodríguez  —sí, es nuestra por decreto de la casa— nos convidó con un tallerazo de Un viaje en voz y cerró con broche de oro canturreando junto a Pedro. Piel de pollo para repartir;

—parece que los libros se pasan chismes entre los vecinos. Un libro le dijo al otro, que le dijo a otro, que le dijo a otro más, que precisábamos amigos de la zona que supieran con quién hablar para esto y aquello, amigos que tuvieran el corazón tan grande como la casa. Y sí, un libro le dijo a uno, que le dijo al otro, que le contó a otro más, que me susurró en la oreja que hay un lugar que se llama Casa Urutí  en donde se quedan nuestros visitantes que quieren dormir entre olor a pan casero y habitantes con el corazón brotado. Las camas contienen los sueños de nuestros queridos artistas y las paredes de la galería guardan las canciones de oídos emocionados que aplaudieron hasta lagrimear;

—todo se vuelve muy pintoresco, hasta nos visitaron voluntarios de una Universidad de Ohio, Estados Unidos, que nuestros amigos de Rizoma Field School trajeron a trabajar como voluntarios. Y así los tuvimos a todos esos jovencitos, llenos de energía, martillando, arreglando, revisando, embolsando. Quedaron locos de contentos cuando encontraban un manual de instrucciones, porque se ve que las nuestras acerca de qué tareas tenías que hacer parecían en chino y muy poco específicas para ellos. No es de extrañar, ja;

—por último, empezó el verano por aquí, y como todo balneario aparecen caras nuevas, visitantes con ojos de chancleta. Debo decir, como para oscurecer la cosa, que nunca está del todo domado mi ladrido interior a los que presionan a sus hijos para que elijan libros más para algo… que no sea de su gusto —para más grandes, para aprender algo, para leer más fluido, para que aprendas hábitos, ¡para que entre mejor en el bolso!—. En fin, podría largar ese ladrido, pero no. Ganan por goleada los encuentros con mirada cómplice, las familias que se bajan para leer abrazaditos, los niños y las niñas que llegan cinco minutos antes del horario de apertura para llevarse las tres novelas semanales (!), los abrazos, los gracias, los mil gracias a todos por formar parte. 

Escena cinco

El mayo uruguayo:

¡Ay, mamita! Para los que nos dedicamos al mundo de los libros en Uruguay, terminar mayo con energía es como llegar a la comida de un 31 de diciembre con toda la familia bañada a lo de la suegra.

Sí, el 26 de mayo celebramos el día nacional del libro. Es una alegría compartida y, también, un desastre organizativo. Tooodas las escuelas, colegios, Centros Caif, bibliotecas, etc. proponen actividades, por ende nuestro trabajo se multiplica. Claro que todos quieren que, en lo posible, si no molesta, si es que podemos, vayamos a hacer una actividad el mismo día 26 y, preferentemente, en la tarde y, si es posible, hacia el horario de la salida y…  ¡Por suerte este año cayó domingo! Así que los días posibles se trasladaron al viernes 24 y al lunes 27. Como es imposible que nos clonemos, el mes entero se convierte en una travesía.

Travesía inolvidable la de este mayo, con los siguientes puertos donde nos llevamos variadas imágenes:

—inauguramos una biblioteca a cuatro cuadras de casa. Es chiquita, pero muy rendidora. La verdad es que no teníamos ni idea de si no iba a ser una pérdida de tiempo.

Nos llovían dudas vecinales:

¿una biblioteca acá? Los gurises no leen,

¿están seguros de poner plata en arreglar ese lugar, está muy venido a menos,

ah, no nena, nosotros no vamos a ese tipo de lugares, más bien un lugar para tomar algo es lo que puede funcionar.

¿es para mandar a los nenes a hacer los deberes vigilados? (¡plop!)

Bueno, Invertimos mucha energía, nosotros y varios amigos de los que ayudan sin preguntar: tiempo, recursos, ganas, ilusiones, stresses (¡el día de la inauguración se escuchaba el cuich cuich de los zapatos en la pintura del piso casi seca!), etc.

Nos quedamos con una foto interna de ese día que nos rendirá por mucho tiempo. De los días más lindos del mundo (por aquí algunas fotos, de las externas, je:   Inaugurción de la biblioteca)

-también paseamos por varios rincones de Uruguay: Maldonado, San José, Soriano, Montevideo y nuestra Colonia. Intenso y hermoso cada segundo: por ejemplo, fue nuestra primera vez en hacer una bebeteca en el  Centro de reclusión femenino, en el sector que están las reclusas con sus hijitos muy chiquitos. Una experiencia removedora e imprescindible. Dentro de esa complejidad, celebramos estas iniciativas: nos quedamos con el suspiro que soltamos al salir, el suspiro satisfecho de sentir que significó algo lindo también para ellas.

entre medio tuvimos el estreno de una obra, Nanas de papel, que nos llenó el corazón: mucho nervio, mil ensayos, puro apronte y la alegría de que ese día llegó una hermosa niñita brasilera, que había ido unos días antes a la presentación de nuestro disco Una bebeteca.

Olha mamai, olha mamai, é ela, é a Paluma bunbuna, mamai.

Esa era yo, la Paluma bumbuna, una canción que cantamos, cantamos y cantamos. Nos disfrutamos las dos como hacen los niños, sin escatimar, como si fuera la última oportunidad: La brasilerita y la Paluma bumbuna

y, como si no fueran suficiente cosas nuevas, junto con Gabi Rodriguez, una amigaza, nos sacamos el gusto de cantar canciones de Sebastián Monk en la hermosa Sala Zitarrosa. En una sala llena de amigos y emoción, trajimos a un autor que nos eriza hasta el tuétano. Quien lea esto no se lo pierda. Si no encuentra por el mundo real o el cybernético algo de él que le parezca emocionante es que no buscó bien, pida orientación por este medio que con gusto lo llevaremos a ese camino sin retorno que es su obra. Lo gozamos como si se nos fuera la vida en cada canción. Él no necesita nuestra interpretación, pero nosotros sí necesitamos cantarlo, nos hace bien. Desde donde él esté, nos mandó de regalo a su hermano, que se cruzó el charco para estar presente con nosotros. Un honor, otro erizamiento generalizado.

bueno, y lo último que compartimos. Los domingos en nuestra biblioteca vienen siendo de las mejores decisiones que tomamos. Todos los domingos llegan los «socios», ya son 51 y van 101 préstamos en cinco jornadas, ¡y miren que vivimos en un balneario de unos 250 habitantes! , aunque la palabra «socios» me suena demasiado empresarial para nombrar a los protagonistas de las postales que recolectamos. A saber:  un domingo de mucha lluvia y viento apenas había aparecido una sola niña con su mamá, faltaba media hora para cerrar y por suerte el agua amainó un poquito. En tres minutos cayeron ocho niños en bici, a todo lo que da, a elegir libros. Una alegría verlos llegar medio mojados a todo pedal, una alegría verlos elegir con ojo agudo y veloz para poder volver sin lluvia y una alegría el comentario del más chico de los bicicleteros, de unos cinco años, que resolvió ponerse el libro calzado en el pantalón abajo del buzo y decir: ¡me llevo la panza llena de libros! Una delicia. El domingo de hoy no se quedó atrás en pintoresco: cayó Lola, una niñita habitué, ¡a caballo! Sí, sí, sí, a caballo como lo leen, causó furor y prometió, como el caballo es muy mansito, el próximo domingo animarse a elegir el libro arriba del caballo adentro de la biblioteca.

Yo volvía a casa segura de terminar mayo con una galería de momentos maravillosos, respirando profundo, tipo película cuando vas re copada y parece que todo es atardecer. Dejé las cosas en el sillón y mientras le contaba a Santi lo de Lola y su caballo, golpearon la puerta. Tres nenitas, nos habíamos conocido en su escuela esa semana, se animaron a tomar nuestra invitación de que, si no las dejaban ir a la biblioteca, se animaran a venir a casa a pedir libros. Así fue:

Hola Gabi, mi papá no nos llevó a la biblioteca, pero le pedimos para venir con él al almacén y está ahí adentro. (Miradas pillas) ¿Nos prestás libros? Ah, y además ensayamos el trabalenguas que cantaron ustedes el otro día, ¿querés escuchar? 

No se puede pedir nada más para este mayo que fue de los mejores de mi vida.

A continuación una foto de pésima calidad, pero imprescindible de sacar, de nuestra usuaria ecuestre:

 

Escena cuatro

A esta damisela y su corsario se les va terminando el año.

¡Puf! Tiempos intensos si los hay. Año de la zambullida definitiva, la que ya no usa el punto de partida como referencia, solo dedicarse al buceo inesperado. Aparecieron muchos impulsos creativos de nuestra parte, que nos regalaron encuentros de todo tipo, y también muchas invitaciones que nos llenaron de alegría amiguera.

Nuestro impulso de desempeñarnos con los libros y la música como mediadores de lectura —en un sentido amplio, o más bien artístico del término— se nos tornó indispensable. 

Como compartí en la escena uno, el término mediadora no me encanta tanto, creo que al corsario en cuestión tampoco, nos da la sensación de estar en el medio de algo, haciendo de «paleta» digamos.  ¿Ser mediador de lectura es estar en el medio, de «paletas», entre los libros y los niños? Les diría ¡puaj!, perdón anticipado a los que se ofendan y tengan argumentos geniales al respecto. Cuando empecé este camino, se nos llamaba «animadores de lectura», término que se dejó de usar por emparentarse con quien grita juegos en un cumpleaños infantil para entretener a los niños mientras que los adultos los desatienden. Bué, ya me peleé con los mediadores y con los animadores. Un abrazo para ambos. Si mi desfachatez no alcanzó para que me disculpen el atrevimiento, les cuento que en casa todos tenemos apodos y a mí me tocó «amorosis», espero que sirva de atenuante.

Volviendo al punto. Como no queremos estar en el medio, entre los libros hermosos que nos ofrecen brillantes autores y los niños bombones que hemos conocido y que seguimos conociendo, consideramos apropiado alejarnos de cualquier recomendación, enseñanza, aplicación y/o didactismo. Sobre todo pensando en que no hemos llevado de manera muy ortodoxa nuestra tarea de acercar los libros a los niños, en especial a los bebés.

Anécdotas representativas:

—Hola, Gabi, ¿cómo andás? Te quería contar que mi chiqui, desde que fue a la bebeteca está como loco con los libros.

—Ah, ¡qué bueno!, cuánto me alegro.

—Sí, sí. Pasa todo el día con ellos.

—No sabés cuánto me alegro.

—Es muy cómico verlo, porque en realidad no llega a mirar las páginas.

—¿Cómo que no llega a mirar las páginas?

—Y no, porque viste que vos andás siempre media agachada, mostrando el libro entre tus piernas a altura bebé, o gateando, te movés y lo llevás con las páginas abiertas hacia adelante, no hacia tus ojos.

—Sí, claro.

—Bueno, él hace lo mismo. Se pasea por la casa medio como agachado, mostrando el libro para adelante a sus bebés imaginarios.

 

 

—Ay, Gabi, no sabés. Si un día no podés hacer la bebeteca avisanos que ya tenés suplente. ¿Viste cuando terminás un libro, que vos lo llevás para atrás girándolo como si hiciera piruetas en el aire y después desaparece? Bueno, nuestra gorda hace lo mismo. Se sienta en el piso, los muestra para adelante de ella sin mirarlo, atendiendo a un público imaginario, y después los gira para atrás como haciendo un mortal.

 

 

—Hola. Te queríamos agradecer la experiencia hermosa que pasamos con mi hija y mi sobrino en la bebeteca. Quedaron muy contentos, no paran de decir que fueron a la biblioteca a jugar con los libros. Desde que volvieron de ahí pasan ordenando los libros en castillos y derrumbarlos contra el piso.

 

¡Plop!

 

Bueno, yo creía que nuestra tarea tenía que ver con acercar los bebés a los libros y no con transformarlos en el reclame de Chele calzados —extranjeros, muy jóvenes o no miradores del Canal 5, pedir explicación al respecto—.  Les puedo decir, que a pesar de nuestra idea original, los resultados son variados y que no siempre este acercamiento tiene que ver con mirarlos por dentro.

Me muero de ternura con estos y otros cuentos que nos llegan. Y si ser mediadora de lectura tiene que ver con que somos el medio en el que los libros viajan, bueno, ahí sí, ahí es otra cosa. Así como las acuarelas tienen como medio el agua, los libros y los niños tienen como medio para desplegarse a gente rarita como nosotros que creen que los libros y los libres tienen todo que ver —y no por el reciente uso de la terminación de las palabras en «e»—.

 

Aviso para madres, padres y tutores: la única recomendación que estamos capacitados para dar es la de no acercarse a nosotros si pretenden que su bebé se adiestre en un «correcto» uso del libro, en nuestro medio puede que explore fuera de lo esperado.  

 

Escena tres:

Esta damisela y su corsario siguen su peregrinaje por tierras conocidas y desconocidas, invitados a lugares recónditos de tierras inverosímiles y de otras tan cercanas como la esquina desde mi ventana.

En nuestros recorridos, hemos visitado muy diferentes centros educativos: para chiquitos, para requetechiquititos, para grandes, para muy grandes, lugares de los que cobran, lugares de los que no cobran, de los que tienen una religión en la cabecera, de los que la tienen pero no se les nota, de los que no la tienen, más chuchis, más más o menos, más efervescentes, más a la vieja usanza: de tuito.

El vínculo que tienen los centros educativos con los libros es de lo más variado y habla de muchas cosas más de la que parece. Los centros tienen, o deberían tener, el contacto con los libros en el corazón de su tarea. Es muy raro que encontremos un lugar en el que abiertamente digan que no hacen nada para promover el vínculo con los libros. Es un lugar común y casi obligado que los centros organicen actividades de lectura, ferias del libro, festejos en el día del libro, etc. Muchas de las veces las propuestas quedan reducidas a eso, a lo que se puede generar en crear un evento puntual y listo. Así es que aparecen bibliotecas escolares vacías de niños. Allí es donde nacen y crecen las frases trilladas de que a los niños no les interesa leer, que las pantallas, que la falta de concentración, que en la casa, que esto o aquello...

Como para no enredar un nudo que parece ya bastante deshilachado, esta coleccionista de tazas del día del libro, les comparte una foto bien representativa de una de las cosas que obstruye el vínculo de los niños con los libros.

Se los digo, sí, en este momento se develará la incógnita, lo que hace que a la mayoría de los niños no les interese en lo más mínimo los libros es…

—sonido de redoblante, bis, bis, bis—

¡Que los libros les tienen miedo!

Sí, señora, los libros les tienen miedo a los niños que no son lectores por naturaleza, les tienen miedo a esos niños que no son de los que genéticamente, diría que casi mágicamente, les gustan los libros.

 

Fotografía de cómo llegué a esa información tan importante:

—¿Qué te parece si les sacamos este nailon a los libros? —pregunta esta coleccionista de tazas. Sí, aunque no lo crean ponerle nailon a los libros todavía parece estar de moda por muchas escuelas y colegios. Me pregunto qué pensarán los editores, ilustradores, diseñadores, papeleros, imprenteros, etc., cuando ven que todo su trabajo queda uniforme, embolsado y aburrido. No hay como la costumbre, pienso.  

—Ah, no. No se puede —me contesta la educadora encargada de «conservar» el área.

—¿Ah, no?

—No, no.

—Pero… están muy viejos y sucios—atiné a decir como para no entrar en conflicto y poder sacarlos. Sí: viejos y sucios. Para los que en su imagen se recrearon un brillante traslúcido e higiénico, lo que les puedo decir es que no hay mayor atraedor de polvo que un libro encorsetado en un nailon con cinta adhesiva amarillenta.

—No, no imposible. Podemos comprar más nailon, pero los libros sin nailon no.

—¿Por qué? —me animé a largar con mi mejor cara de boba, como para no crear sospechas.

—Porque los libros hay que cuidarlos, y sobre todo de los niños. Mirá acá hay muchos niños que no les gustan los libros, y después se los llevan y no los cuidan. Hay que cuidar los libros de los niños.

 

Hay que cuidar los libros de los niños.

Hay que cuidar los libros de los niños.

Hay que cuidar los libros de los niños.

 

Me lo repetí muchas veces como para no olvidar la célebre frase que hará que los libros estén a salvo para siempre y no tengan más miedo.

 

Enseñanzas para la planificación de las actividades del próximo día del libro:

-los libros tienen que estar totalmente controlados, catalogados y embolsados. Para evitar un contacto directo que puede ser transmisor de enfermedades o quién sabe qué;  

-si un niño es lector se le pueden prestar libros sin problema, porque con un poco de seguimiento, lo devolverá rapidito antes de que le agarre cariño y se lo quiera quedar. Ahora, si el niño no es lector lo mejor es no arriesgarse en ofrecerle libros, es muy peligroso;

-los libros están por encima de los niños, es más importante cuidar a un libro en un estante que a un niño que no encontró un libro que lo quiera.

 

Y con estas recomendaciones les decimos adiós, y recuerden:

no hay peor niño que el que no quiere leer,

digo, no hay peor libro que el que no tiene corsé,

digo, no hay peor educador que el que no tiene cinta scotch.  

 

 

P.D.: Perdón por el derroche ácido, pero por estas tierras empieza la primavera y me suben las alergias.  Ah, y en la foto se ve a un niño escondiéndose de los lobos atrás de un libro. 

Escena dos:

La misma damisela de la escena anterior y su fiel y conocido corsario siguen su camino: leen, cantan, aúpan, gatean, arman, juntan, charlan, ríen, dan besos, lagrimean y, hasta a veces, hacen pucherear a algún grandote. Avanzan por tierras conocidas y desconocidas, enterrando banderines en el mapa. Otras veces, desde su cucha se dedican a las tareas secretariales: responder, avisar, confirmar, compartir fotos, etc.

Érase esta damisela mirando fotos de diferentes momentos del trabajo: qué lindo, qué linda foto, qué hermoso momento —suspiraba.
Debo confesar que nunca me gustó que me saquen fotos, no pasé por el sueño adolescente de posar ante una cámara con boca de pez. Me salió chúcara la nena —repite mi mamá.

Pasan los años, la vida toma rumbos imprevistos, y ahora las fotos de nuestro trabajo me dan satisfacción, reconozco en ellas momentos que me recuerdan nuestras motivaciones.

Todo esto parece sacado de atrás de un pino, pero no.

Las nuevas tecnologías hacen que, en una bebeteca, fotos sea igual a celular, y cuando aparecen los celulares todo se torna escabroso.

Conversación, interna y externa, entre la escena bebeteca real y mis pensamientos:

¡Qué ganas de jorobar!, no se da cuenta que el celular la aleja de su hijo, le pone una muralla iluminada al medio.

No digas que no, Gabi, todo es a favor.

¿Y si es la primera vez que vienen a la Biblioteca Nacional y quieren dejarle a ese bebé un registro de ese momento?

Todo es a favor, todo es a favor.

¿Y si nunca habían compartido un espacio como este y están chochos, y la emoción les gana?

Pero cómo joroban con el ruidito

¿Y si es la manera que tienen de decirle que él es importante?

—Bueno, queridos, vamos a hacer una cosa, cuento hasta tres, sacan todas las fotos que quieran, y cuando diga ¡ya! todos los celulares desaparecen.

¿Qué tal? Siempre hay un grupito que se se alivia y suspira un ¡si!. Se ve que van a mi mismo grupo de autoayuda.

—Si escucho un pip pip, me lo quedo, ¿eh?

Bueno, ya se sabe que no es en serio, además no sabría hacer andar esos mega aparatos.

Todo está a favor, todo está a favor.

¿Y cuando te encontrás con que parece más importante sacarle una foto leyendo a un bebé que leerle, o que cuidarlo?

¿Y cuando van dos veces que me pasa que adorables abuelitas, de esas que están en lo alto del ranking familiar, filman a su bombón y quieren ver en el acto cómo les quedó el video?, ¡antes de que termine la lectura! Es increíble el efecto que me provoca el hecho de estar terminando un libro y escuchar a la vez mi voz de hace un minuto desde un celular. ¡A la vez el final y el principio! Son efectos increíbles que solo personajes encantadoras saben hacer.
Aclaro que amo a las abuelas, ¡pero quién le regaló ese celular!

Todo está a favor, todo está a favor, por favor.

—Ay, qué divina que es. ¿cuánto tiene? Ah, seis meses, es re chiquita. Ah, es la primera vez que salís sola con ella, ¡Guau!, qué responsabilidad.

Señora, por favor, razone, no se le ocurra dejarla sola en un almohadón para sacarle una foto. Por favor, es chiquita, ¡qué necesidad! Guarde el celular, señora, y saque su sentido común.

Bueno, es que esta abuela ama a su nieta, y quiere para siempre guardar un recuerdo de su primer salida.

—¿Que querés sacarle una foto?, ah, bueno, ¿Te parece que queda sentadita sola? Ah, no sabés. ¿Arriba del almohadón…? ¿Te parece?

Ya me está cayendo medio mal esta linda abuelita.

No le digas Gabi, todo está a favor, no sumes un no.

Yo, si fuera la madre de la bebé, no se la dejo ni loca.

—Ay, me parece que no queda sentada solita, después sacás la foto. Está tan bien así. ¿Igual le sacás? Ah, pero ¿la dejás solita en el almohadón? Ay, pero se va de costado, ¡ay! se cae, andá, dale. Ey, ¡mirá que se cae!, después le sacás la fo…

A la señora la mato.

—GUAAAAAAA GUAAAAA GUAAAAA

Aunque no lo crean, sí. La bebita quedó sentada sola en un almohadón mientras que, su querida abuela estrenante de salidas a solas, la dejaba a varios metros para poder sacar una foto que nunca salió. La bebé cayó de costado, nada grave, pero si han tenido una bebita de seis meses con ustedes, saben que una caída desde un almohadón puede generar un revoltijo de sus pequeñas extremidades equiparables a un terremoto.

Es difícil, y muy subjetivo, definir cuándo es oportuno quedarse con un recuerdo hecho imagen de instancias con nuestros bebés. Yo no sabría decir mucho al respeto, lo que sí puedo aportar es que, la mayoría de las veces, las cámaras que están en manos de tus queridos alejan, lo viví así más de una vez. Pareciera que nuestros grandes se proponen registrar el evento más que vivirlo. Es como que en vez de ir a en lugar acompañado de tu mamá, fueras acompañado de alguien que hace un documental de tu vida.
Por otro lado, ¿con qué recuerdo se quedarán nuestros niños? ¿con el recuerdo de cuando le sacaban fotos o de cuando le leían cuentos?

En la peripecia pasada concluía que un libro nunca era caca.

En esta escena les mando otro pilar: que saquemos fotos de nuestros bebés en una bebeteca no tiene porqué implicar que le estés aportando a su vínculo con la lectura.

En fin, se vienen las vacaciones: menos fotos, más vivencia de las que se registran sin máquina.

 

Escena uno:

Érase esta damisela y su fiel corsario, compartiendo una jornada de trabajo en una biblioteca pública —la ubicación de la misma es información codificada—.

Primero, dos encuentros extensos con educadores, en donde compartimos la experiencia de las Bebetecas, contamos cómo nos manejamos en los encuenbla, bla, bla.

Una cosa importante que aclaramos es cuál es el marco que damos a los familiares que van a las bebetecas con su bombón.

Básicamente son tres cosas: pasar bien, cuidar a sus bebés y no preocuparse de que algún libro se estropee. Los bebés los manipulan con entusiasmo y se los llevan muchas veces a la boca.

Después de los encuentros con educadores, teníamos dos bebetecas.

Tienen que hacerse la foto: se juntan unos quince bebés por grupo, con uno o dos adultos por cada pequeño, en general son sus padres.

Me concentro junto con Santi: preparamos el sonido, los libros, el micrófono inalámbrico, los almohadones, todo para que fluya lo mejor posible.

—Todo a favor —me repito—, todo va a estar a favor.

Resulta que mi forma de ser y mi experiencia, han llegado a encaminarse con este criterio: en una bebeteca todo tiene que estar a favor, la atención de los bebés es muy volátil y donde ella vaya yo voy. Esto implica que preparamos muchas cosas y que usamos solo algunas, a veces cosas imprevistas. Es largo de explicar, pero lo importante de esto es que me propongo no decir que “no”, sino más bien, cuando las papas queman, llevar la atención hacia otro lado. No puedo asegurar que me salga bien, sí puedo compartir que, la mayoría de las veces, salgo parada de surfear en la ola de la atención de los bebés.

Así, estábamos, todo pronto.

Se hizo la hora.

Van llegando: hermoso encuentro.

Se van, uy, qué lindo. ¿No habrán dejado alguno para mí? Me lo llevo para casa, solo uno más, ¡porfa!

No, no seas boba.

Bueno, Santi, se viene el otro taller.

El cansancio ya empieza a jugar a la mancha con nosotros dos.

¡Arriba!: ordenar, preparar, disponerse…

Es lo último, después nos vamos a casa con las chiquis.

Dale, si después lo disfrutamos pila, dale.

Dale, que ahora entran los bombones y nos los vamos comer a besos.

Ahí están entrando:

—Hola, ¿cómo están?

Hola, ¿cómo estás?

Hooooola, venga por acá, ¿pero cómo está?

Hola usted, ¿por qué ha traído un perro en la panza?

Hooola ¿qué? ¿que usté es más linda a upa de su mamá? Ahh… Y sí, yo pienso lo mismo.

Ah, pero han venido acompañado por una gran delegación, así da gusto. Pasen, pasen.

Hooola, señoritos que están por allá, ¿cómo les va?

Bueno, ya estamos todos.

Antes de empezar, les voy a decir algo a los más grandotes: tenemos que pasar muuuy bien, requete bien, tenemos que pasar bomba. Segunda cosa, estén muuuy atentos a sus chiquitos, todo está listo para ellos, pero como ya sabrán, ellos son hábiles investigadores de peligros imprevistos. Y última cosa, los libros están deliciosos, puede pasar que los quieran probar, no pasa nada, es parte de conocerlos. Si un libro se estropea ¡no los vamos a salir a correr por la biblioteca!

—Ja, ja —general—.

—Ah, hola. Miren, hay algunos para entrar que llegaron recién, pasen. Déjenlos pasar por ahí. Hola, mirá, acá hay un lugar para ustedes tres.

Entra una de las educadoras que estuvo en los talleres de formación con otra mujer de una edad similar, muy parecidas, que seguramente era su hermana. La hermana de la educadora tenía un bebé en brazos de unos seis meses.

Se pusieron los tres cerquita mío.

La hermana parecía estar a disgusto, obviamente estaba en la bebeteca para darle el gusto a su hermana educadora especialista en niños, que aún no tiene hijos. Se le notaba, no tenía ningún interés en estar en el piso, entre objetos ajenos, con su hijito en brazos que no paraba de aletear y querer tocar todo.

Los entrecejos iban y venían: entre la madre con el bebé, entre la madre con su hermana, y entre la madre y el piso, ¡por estar muy duro! La tía se desvivía por entretener al sobrino, que la verdad que no estaba muy a gusto, entre que sus adultos no estaban pasando bien y que lo tenían apretado como pollo arrollado, su ua ua ua no paraba.

Allí fue, que la tía le dio un libro pequeño de cartoné, se lo acercó a la mano, él pareció interesarse, empezó a darle vueltas y vueltas. Como era previsible para la edad, se lo llevó a la boca. Yo, que no sabía cómo intervenir, alenté a la tía con la posibilidad de que su sobrino investigue ese libro. A la madre le entró un chucho por la espalda y se le pararon las cejas.

—¡No!, ¡no te lleves el libro a la boca!

El bebé, como buen humano de seis meses, siguió investigando con su boca. La madre estaba a punto de depilarse la cejas con tijera escolar, no aguantó y se desbocó.

—No —le dijo— ¡es caca! ¡El libro es caca! No te lleves la caca a la boca.

¡Ay, no!, me desinflo solo de escribirlo.

No sé porqué tenemos esa costumbre tan tonta, me pregunto si en Finlandia también la tendrán. Eso de decirle a los bebés que todo lo que no se puede llevar a la boca es caca es increíble, es algo inexplicable, ¡pero decir que el libro es caca es imperdonable!

Me salió un no desde el estómago que no me lo paró ni la experiencia, ni la formación, ni el ridículo ante las demás familias. Nada lo paró.

—¡No le digas que el libro es caca! Por favor.

Más que como un rezongo, me salió como una plegaria.

La tía no sabía dónde meterse, la madre del bebé me miraba con cara de esta no entiende nada de bebés, seguro que no tienen hijos. Los otros padres, desconcertados, no sabían si limitar a sus bombones o dejarlos deambular y yo no sabía dónde meterme. El único feliz era Santi, mi corsario, que se tentó de la risa.

Información a los posibles participantes de mis bebetecas:

Nunca digan que un libro es caca. Ya sé, no debí rezongar a la madre, pero me salió del estómago. Intentaré no repetirlo, no sé si lo lograré.

De todas formas, aunque no sé mucho de nada, sigo pensando lo mismo: un libro no es caca.